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La televisión… omnipresente en nuestras casas. En muchas ocasiones, incluso varias. Conozco a personas que tienen hasta cuatro TV en su casa. La TV nos entretiene, nos cuenta los que los demás quieren que sepamos del mundo. Nos cuenta lo que los demás quieren que oigamos. Nuestra querida TV nos quita de estar con la persona que está a nuestro lado. Nos quita de jugar, de leer, de estudiar, de tocar un instrumento. Nos roba nuestros dibujos, nuestras creaciones, nuestros pensamientos. Incluso si vivimos solos nos roba nuestros pensamientos. No vaya a ser que nos llevemos mal con nosotros mismos. No vaya a ser que dejemos fluir nuestra mente e imaginemos paisajes preciosos. Nuestros hijos nos demandan atención, pero siempre es más importante lo que hay en la TV. Cuántas risas perdidas. Cuántos lloros ahogados. Cuantos abrazos no dados. Cuanto sexo olvidado. La TV, nuestro Dios. Ella nos reconforta cuando llegamos a casa. No vaya a ser que se nos ocurra pensar. Porque el pensamiento nos da libertad. Siempre será mejor encender la TV. Así no pensaremos. Simplemente veremos lo que los demás quieren que veamos. Aunque nunca veamos nuestro interior.